La identidad de la filosofía española

"La identidad de la filosofía española ha sido objeto de vivas disputas [...]. Sin embargo, para dirimir tales controversias, no queda más que examinar tendencias, figuras, movimientos y corrientes del complejo mundo hispánico, desde las que mostrar los elementos más significativos en el ámbito de la filosofía universal sin descuidar la peculiar situación social, religiosa y cultural de donde han surgido".
(Armando Savignano, Panorama de la filosofía española del siglo XX, Comares, Granada, 2008, p. XIII).

Estas palabras del profesor Savignano pueden enmarcar perfectamente el propósito del presente seminario de filosofía española que pretendemos desarrollar en la Universitat de València: un punto de unión y debate en el que alumnos y profesores dialoguemos acerca de lo que nuestra tradición filosófica ha supuesto. Lejos de todo patrioterismo, nuestro seminario pretende ser de filosofía, con toda la universalidad que el ésta conlleva, pero al propio tiempo pretendemos pensar desde una situación concreta, desde una ubicación determinada, desde una circunstancia que es la nuestra y desde la cual nos podemos entender a nosotros mismos. No se trata, por tanto de hablar tanto de filosofía española sino de filosofía, no tanto de filósofos españoles sino de filósofos nacidos en España, no tanto de si existe una idea española de filosofía sino de la filosofía hecha en nuestros pueblos, con sus identidades e idiosincracias.

Nuestro legado es amplio y nos permite la tarea que pretendemos llevar a cabo. Lejos quedan ya aquellos tiempos en que nos avergonzábamos de nuestro propio pensamiento. Desde la distancia apropiada para poder observar en perspectiva nuestro pasado más reciente, pero sin haber llegado a una lejanía tal que impida la contemplación de los matices, el tiempo que nos ha tocado vivir se convierte en un tiempo propicio, un Kairós, desde el cual asumamos lo que somos partiendo del pensamiento que los nuestros han elaborado.

Tal y como nos recordaba Ortega y Gasset; "No hay más remedio que irse acercando cada vez más a la filosofía, a la filosofía en el sentido más riguroso de la palabra. Hasta ahora fue necesario que los escritores españoles cultivadores de esa ciencia procurasen ocultar la musculatura dialéctica de sus pensamientos filosóficos tejiendo sobre ella una película con color de carne. Era menester seducir hacia los problemas filosóficos con medios líricos. La estratagema no ha sido estéril. Hoy existe en el mundo de habla española un amplio círculo de personas próximas ya a la filosofía. Es, pues, buen tiempo para dar el segundo paso y comenzar a hablar de filosofía filosóficamente. Más, por supuesto, con cautela, y pulgada a pulgada, debe entrarse en el nuevo terreno. Una larga experiencia de cátedra, tribuna e imprenta me ha proporcionado una opinión bastante desfavorable sobre la capacidad filosófica de nuestros pueblos en la época presente. La filosofía sólo puede vivir respirando un aire que se llama rigor mental, precisión, abstracción. Pertenece a la fauna de las grandes altitudes y necesita viento fino de sierras, un poco enrarecido y de gran sutileza. Nietzsche, encaramado en un picacho de la Engandina, con un abismo a sus pies, es sorprendido por la dama turista que le pregunta: “¿Qué hace usted ahí, señor profesor?” A lo que él responde: “¡Ya lo ve usted, señora, cazo pensamientos!”.
("Ni vitalismo ni racionalismo", Revista de Occidente, octubre 1924).

Ha llegado, pues, el momento de cazar pensamientos, de pensar, y de hacerlo desde aquellos que pensaron antes que nosotros. Esto somos y esto queremos hacer. Pensar desde nuestra tradición en la época presente inspirándonos en aquellos que, sin estar tan lejos aún, nos precedieron en tamaña empresa.