En Unamuno encontramos una crítica a la forma convencional de entender moral, a la forma de ver las doctrinas éticas como una justificación racional a posteriori de nuestra conducta. Para Unamuno, la moral no es la que hace al hombre sino que es el hombre quien hace la moral, por esta razón lo que puede parecernos móviles de nuestra conducta, no son más que pretextos, pues lo que a unos les conduce a cuidarse a otros les avoca al suicidio.
Para el rector de Salamanca no se trata de la moral, sino de mi moral, de la moral del “yo” íntimo y cordial que hace necesario que la conducta, es decir, “mi conducta”, sea la mejor prueba, la prueba moral de mi anhelo supremo.
Pero decir “mi conducta”, no es para Unamuno acudir a algo fatigoso e inseguro, sino todo lo contrario es apasionadamente bueno, auténtico e intransferible, que parte de mi ser más intimo y cordial. Por eso es la virtud la que hace al dogma y por eso es la fe la que hace al mártir y no a la inversa. Somos nosotros quienes desde nuestra autenticidad cordial, hacemos “mi conducta”.
De este modo Unamuno se aleja de las pretensiones de la moral kantiana demasiado preocupada por el deber, universal y necesario y se convierte en el nuevo Don Quijote que persigue un ideal “inalcanzable” pero constitutivamente necesario, que es la eternidad, luchando a modo de Quijote, contra todos aquellos que se quedan en el ideal racional y pesimista de la nada, de la no eternidad.
Para el rector de Salamanca no se trata de la moral, sino de mi moral, de la moral del “yo” íntimo y cordial que hace necesario que la conducta, es decir, “mi conducta”, sea la mejor prueba, la prueba moral de mi anhelo supremo.
Pero decir “mi conducta”, no es para Unamuno acudir a algo fatigoso e inseguro, sino todo lo contrario es apasionadamente bueno, auténtico e intransferible, que parte de mi ser más intimo y cordial. Por eso es la virtud la que hace al dogma y por eso es la fe la que hace al mártir y no a la inversa. Somos nosotros quienes desde nuestra autenticidad cordial, hacemos “mi conducta”.
De este modo Unamuno se aleja de las pretensiones de la moral kantiana demasiado preocupada por el deber, universal y necesario y se convierte en el nuevo Don Quijote que persigue un ideal “inalcanzable” pero constitutivamente necesario, que es la eternidad, luchando a modo de Quijote, contra todos aquellos que se quedan en el ideal racional y pesimista de la nada, de la no eternidad.
Raúl F. Sebastián
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